Granadilla, pequeña isla flotando sobre el espejo del tiempo. Allá donde muere una carretera del norte de Cáceres que, casi veinte años después, he vuelto a recorrer con el corazón agitado. Traspaso la muralla...
29 abr 2010
Granadilla, paraíso inhabitado
Regreso de un viaje a un lugar que no existe.
Granadilla, pequeña isla flotando sobre el espejo del tiempo. Allá donde muere una carretera del norte de Cáceres que, casi veinte años después, he vuelto a recorrer con el corazón agitado. Traspaso la muralla...
...y el tiempo parece haberse detenido. Bajo mis pies la calle principal extiende su piel empedrada como ya lo hiciera aquella lejana primavera de mis quince años. Cierro los ojos y un instante después los abro nuevamente. Sonrío. No ha sido un sueño. Y comienzo el ascenso al paraíso.
Llegué a Granadilla a bordo de un autobús escolar allá por los noventa. Los profesores de mi primer año de instituto habían solicitado plaza en uno de los tres pueblos que, por diversos motivos, el Estado había expropiado y reconvertido en lugar de aprendizaje juvenil de los oficios de la tierra. Durante una semana nosotros fuimos los habitantes de aquella bellísima villa medieval abandonada por sus habitantes en los años cincuenta debido a la construcción del pantano de Gabriel y Galán. Las aguas fueron indulgentes con Granadilla y solo cubrieron las zonas de cultivo convirtiéndola en una suerte de península de contornos líquidos...
...y poco a poco balcones a la nada, estancias anegadas del cielo recién barrido de Extremadura.
Las zarzas devoraron las casas solariegas, el imponente castillo, las fuentes y la iglesia. Tan solo el fantansma de Alvar Nuñez de Castro -caballero díscolo a las órdenes de la infanta Margarita de Narbona- continuó vagando durante décadas a lomos de su corcel por aquellas calles inundadas de silencio, que no de agua. El olvido avanzaba aplastante. Los recuerdos crujían bajo su rueda...
Los primeros estudiantes que rehabitaron Granadilla debieron encontrar su alma campesina derrumbada, casi sin aliento. Segaron los campos salvajes, enjabelgaron las casas derruidas, recuperaron los cauces de agua y la fuente de la plaza parió un chorro lleno de herrumbre primero, límpido después. La plaza... ese pequeño eje de mi universo.
En esta casa amarilla dormí algunas noches aunque casi siempre lo hice al raso, las estrellas cayendo como arena sobre mis ojos. Aprendí lo verdaderamente importante: a escuchar la respiración de los animales, a sembrar la tierra, a tejer mimbres, a soportar el dolor de los amores frustrados, a prestar oídos a las voces de otros tiempos -¡y son tantas las que flotan en los atardeceres de Granadilla!-, a dormir la siesta bajo una encina, a mudar de piel y a morir un poco. Supe que la entraña de la tierra era roja y que los besos ajenos saben casi tan amargos como las olivas crudas.
Si alguna vez vuestro camino os arroja a estas tierras, si no os importa recorrer con pausa una carretera que solo lleva al pasado, si sabéis protegeros de las nostalgias no vividas, no lo dudéis. Traspasad el umbral que os separa de este lado del tiempo.
Contadme después si aún son de plata los olivos, si el viejo reloj de sol marca las horas vacías, si sigue en pie la torre, ese periscopio que otea un mar interior. Decidme si me habéis encontrado corriendo calle abajo, íngravidos mis quince años, intacta mi felicidad.
Granadilla, pequeña isla flotando sobre el espejo del tiempo. Allá donde muere una carretera del norte de Cáceres que, casi veinte años después, he vuelto a recorrer con el corazón agitado. Traspaso la muralla...
14 abr 2010
Alma antigua
Un extraño mago sin chistera ni más pócima que sus palabras y el halo luminoso que otorga el poder se cruzó hace semanas en mi vida sembrando el desconcierto. Fue la suya una aparición breve, prometedora al principio y finalmente dolorosa. Aunque la puerta se cerró ante mis ojos atónitos, hurgando entre los desperdicios de tanta esperanza marchita, he hallado una frase cuyo oro deseo apretar muy fuerte contra mi pecho. Entre sorbo y sorbo de un delicioso té con nata líquida este hacedor de oportunidades dijo que mi alma era antigua.
¿Será éste el sonido del aliento que me anima?
¿Será esta imagen metáfora de mi alma de viejo adobe?
Algo de verdad debe haber en sus palabras porque siempre he prestado oídos a las voces de otro tiempo. Comparto el vientre seco de las vasijas, el sonido de cobre de latas y monedas antiguas, la música de letra borrosa que brota del ayer.
En la infancia me seducía tenderle trampas al presente, tratar de apresarlo como a una mariposa en un corcho. Transcribía recuerdos propios y ajenos, bebía con ansia las historias de mi abuelo, exploraba las estancias deshabitadas de las casas de labranza del pueblo de mis mayores. Donde todos oían el batir de campanas del domingo yo vislumbraba otros tañidos más lejanos, amarillos ya y casi disueltos en el aire. El eco de otras vidas, de presentes despeñados por el barro de segundos, años, siglos. Sobre mi espina dorsal costales de tiempo.
Me asomo a esas ruinas...
...y me siento como en casa. Alegre y desvencijada. Sin más nombre ni función que ser juguete del viento. Este instante en que me lees ya comienza a ser pasado. Es de esas sombras fugaces que mi alma se alimenta.
¿Será éste el sonido del aliento que me anima?
¿Será esta imagen metáfora de mi alma de viejo adobe?
En la infancia me seducía tenderle trampas al presente, tratar de apresarlo como a una mariposa en un corcho. Transcribía recuerdos propios y ajenos, bebía con ansia las historias de mi abuelo, exploraba las estancias deshabitadas de las casas de labranza del pueblo de mis mayores. Donde todos oían el batir de campanas del domingo yo vislumbraba otros tañidos más lejanos, amarillos ya y casi disueltos en el aire. El eco de otras vidas, de presentes despeñados por el barro de segundos, años, siglos. Sobre mi espina dorsal costales de tiempo.
Me asomo a esas ruinas...
1 abr 2010
En alerta
Decía Cortázar que, tras contarle curiosas anécdotas, sus amigos solían concluir "ahí tenés un buen tema para un relato". Pero de estas historias nunca surgía el "destello", ese chispazo que alumbra un detalle apenas perceptible otorgándole un halo de eternidad.
Visitábamos el museo de Skansen en Estocolmo hace tres veranos, una planicie verde llena de casitas de color burdeos y tejados alfombrados de hierba y flores. Nuestro paseo sin rumbo nos condujo al zoo. Osos implorando la limosna de los turistas, alces de mirada perdida, renos adormecidos en sus jaulas. Casi al final del trayecto lo encontramos. Su reducto era más extenso de lo habitual, un retal de pradera con árboles y diversos ingenios de cuerdas y roca para que aquel soberbio lince se ejercitase en cautividad. Y de pronto lo vi. El destello. Fue en sus ojos, en su pose acechante, escrutadora. Cada una de aquellas cuerdas, árboles y montículos había sido dispuesta de manera que el felino no pudiese escapar. Poleas traicioneras, superficies deslizantes, muros demasiados altos. Sin embargo el lince no se rendía. Le delataba el pulso de sus ojos salvajes, analizando desde la pradera cada una de sus posibilidades. Tomaba impulso, trepaba al árbol, observaba la cuerda y medía distancias antes de caer al suelo una y otra vez. No habían conseguido anular sus ansias de libertad. No habían logrado domesticar su esperanza.
Aquella persecución constante de un punto de fuga que se dibujaba imposible ante nuestros ojos me hirió profundamente. Tanto, que tres años después no he podido olvidar aquella mirada salvaje y bella.
A veces, cuando la vida avanza cercenando hierba y amaneceres, pienso en el lince y su esperanza mutilada. ¿Será mejor dormir, acostumbrarse a la comodidad de la jaula, al régimen de comidas puntualmente servidas por los carceleros? Siempre concluyo que prefiero el destello suicida del lince. Vivo, terriblemente vivo y en lucha.

Aquella persecución constante de un punto de fuga que se dibujaba imposible ante nuestros ojos me hirió profundamente. Tanto, que tres años después no he podido olvidar aquella mirada salvaje y bella.
A veces, cuando la vida avanza cercenando hierba y amaneceres, pienso en el lince y su esperanza mutilada. ¿Será mejor dormir, acostumbrarse a la comodidad de la jaula, al régimen de comidas puntualmente servidas por los carceleros? Siempre concluyo que prefiero el destello suicida del lince. Vivo, terriblemente vivo y en lucha.
23 mar 2010
Deshielos
Cruje el hielo en cumbres y pechos, disuelto en la tibieza de este sol primero. "Por fin ha regresado Perséfone", me he dicho esta mañana al descubrir el estallido de flores de los almendros del paseo.
Perséfone, Perséfone... hija raptada de Deméter -diosa de la tierra y la agricultura- por las manos tiznadas de Hades, el rey del mundo subterráneo. La madre suplica a Zeus el regreso de su hija pero ésta ha comido un grano de granada del averno y eso la vincula inexorablemente a él. Le concede -y nos concede- una gracia: todos los años durante cuatro meses Perséfone volverá al mundo exterior, junto a Deméter. Y es tan grande la alegría de la diosa de la tierra que en ese tiempo el campo reverdece, se cubre de la delicada espuma de las flores y los días. Llega pues, la Primavera.
Sigo su rastro en los campos, en los libros, en el rostro de quienes me rodean. Anoche me floreció un poema entre las manos y esta mañana casi he creído ver las huellas de ninfa de Perséfone borrando el invierno de los senderos del Retiro. Ábranse tierra, corolas, ríos y piel. Que dejen entrar este haz de semillas, este sol de alfiler.
Al igual que un día mágico lo hiciera la nieve, llega también la Primavera al desierto. Esta fotografía fue tomada durante un mes de abril en el desierto de Wadi Rum, Jordania. Salpicaban la arena roja de lo que antaño fuese fondo marino estas tímidas florecillas. El eco de Perséfone solo necesita una gota de agua al año para hacerse escuchar en estas tierras...
Tumbada en el jardín me pregunto cuántas gotas de agua necesito para reverdecer. "Si me quedo aquí, inmóvil sobre la tierra, el musgo germinará en mi piel. Buenas y malas yerbas se abrirán paso entre mis carnes y de mi vientre nacerán unas flores extrañas, sin llanto".
Caminad con cuidado... No quebréis el sueño de los que dormimos bajo el cobertor de esta Primavera.

Sigo su rastro en los campos, en los libros, en el rostro de quienes me rodean. Anoche me floreció un poema entre las manos y esta mañana casi he creído ver las huellas de ninfa de Perséfone borrando el invierno de los senderos del Retiro. Ábranse tierra, corolas, ríos y piel. Que dejen entrar este haz de semillas, este sol de alfiler.
Tumbada en el jardín me pregunto cuántas gotas de agua necesito para reverdecer. "Si me quedo aquí, inmóvil sobre la tierra, el musgo germinará en mi piel. Buenas y malas yerbas se abrirán paso entre mis carnes y de mi vientre nacerán unas flores extrañas, sin llanto".
Caminad con cuidado... No quebréis el sueño de los que dormimos bajo el cobertor de esta Primavera.
13 mar 2010
Vino, sirenas y mariposas
La semana pasada mi amiga de siempre -la hermana que la vida me negó- arribó al puerto invisible de Madrid.
Ninguna sirena puede vivir eternamente sin un soplo de viento salado que erice sus escamas. Ni siquiera una sirena varada.
Y comenzó la fiesta de los sentidos
Sonaron para nosotras las guitarras, las leyendas del viejo Madrid, los cauces árabes. Saboreamos Oriente y Occidente, contemplamos sobre las tablas el ocaso de un amor, abrimos puertas antaño cerradas... la casa se llenó de flores y de música. A ratos la Fitzgerald esparcía humo y jazz por el salón. A ratos mi amiga lloraba. A ratos reía.
Decidimos abandonarnos al momento, ese insecto fugaz.
Soplaba viento del norte cuando la sirena soltó amarras. Regresaba a su casa. Hubo tiempo para un último brindis, la promesa de negarnos al olvido de lo vivido aquellos días... la promesa de negarnos al zarandeo de la memoria. Tomó la marinera el timón de su vida y se alejó río arriba buscando el camino al mar. A su mar.
Sentada con su ausencia me serví una copa de vino. La alcé en silencio y sonreí al bajar los ojos. Sobre el mantel una huella violácea con forma de mariposa me lo advirtió: las sirenas que lloran lágrimas de agua dulce al despedirse nunca se van del todo.
A Silvia, gracias por esta travesía
2 mar 2010
Oficios de paciencia
Ahora que la marea ha engullido casi todo es un buen momento para recapitular. Amontono sobre la arena los restos del naufragio y deseo rehacer las naves, regresar al mar, pintar de nuevo el mascarón de proa. Quienes me conocen me aconsejan practicar la virtud de la que siempre he carecido: paciencia
Paciencia: Calidad del que sabe esperar con calma una cosa que tarda o sufrir la duración de un trabajo.
Así que me dispongo a cultivar esa semilla que respira con sorda lentitud bajo la tierra sin ansiar cielos ni lluvias. Para ello me entrego a oficios de paciencia.
Amaso mi propio pan cada domingo, volviendo una vez tras otra sobre el trigo, sintiendo entre mis dedos el pulso de la tierra;separo con delicada constancia legumbres buenas y malas; dedico un tiempo cada día a observar desde el balcón la procesión de nuestras vidas; desmonto y vuelvo a montar relojes, tratando de comprender los engranajes de ese tiempo que huye por los sumideros; leo un bello relato de Cortázar en el que lo que pasa es que no pasa nada; paseo errando el rumbo a cada instante: en cuanto me dirijo a un punto concreto quiebro el paso; estudio lenguas dormidas que no muertas; practico durante horas las notas de agua de una "gymnopedie" en el xilófono; escucho el vuelo de un insecto a punto de morir de frío; trato de imaginarme sentada en una playa hundiendo los ojos en el mar...y no lanzo esta vez una botella con mensaje.
Finalmente me entrego a la disciplina luminosa de los faros. Cada uno tiene su código y he decidido que el mío constará de dos parpadeos.
Larga es la noche y anguloso el dibujo de la costa. Si dos haces de luz acarician vuestro camino no dudéis en acercaros. Un faro no es otra cosa que una esperanza en alerta.

Así que me dispongo a cultivar esa semilla que respira con sorda lentitud bajo la tierra sin ansiar cielos ni lluvias. Para ello me entrego a oficios de paciencia.
Amaso mi propio pan cada domingo, volviendo una vez tras otra sobre el trigo, sintiendo entre mis dedos el pulso de la tierra;separo con delicada constancia legumbres buenas y malas; dedico un tiempo cada día a observar desde el balcón la procesión de nuestras vidas; desmonto y vuelvo a montar relojes, tratando de comprender los engranajes de ese tiempo que huye por los sumideros; leo un bello relato de Cortázar en el que lo que pasa es que no pasa nada; paseo errando el rumbo a cada instante: en cuanto me dirijo a un punto concreto quiebro el paso; estudio lenguas dormidas que no muertas; practico durante horas las notas de agua de una "gymnopedie" en el xilófono; escucho el vuelo de un insecto a punto de morir de frío; trato de imaginarme sentada en una playa hundiendo los ojos en el mar...y no lanzo esta vez una botella con mensaje.

Larga es la noche y anguloso el dibujo de la costa. Si dos haces de luz acarician vuestro camino no dudéis en acercaros. Un faro no es otra cosa que una esperanza en alerta.
22 feb 2010
Concierto para una vela
Recuerdo el aguacero tenaz de aquella noche de miércoles. Buscábamos un rincón cálido dónde satisfacer mi terco capricho de algo dulce: un bizcocho de jazmín, una rebanada de niebla, qué sé yo. Deshoras. De súbito una puerta transparente y una escalinata prometiendo un atajo al paraíso. Y allí estábamos, fantasmas mojados sacudiéndonos la lluvia en el centro de un pequeño comedor vacío todo madera, manteles a cuadros, dibujos de Escher, palmatoria en cada mesa.
Apareció ante nosotras apenas tomamos asiento. Zapatos maltrechos pero lustrosos, frac anacrónico, sonrisa paciente: el violinista.

El milagro sucedió mientras interpretaba una sonata de Giuseppe Tartini. El ritmo crecía como una ola gigante cuando el violín comenzó a tocar al hombre. Y lo hacía con destreza, pulsando sin temor los tendones del músico, vibrando al unísono carne y madera. Sacudía aquel cuerpo de títere, lo doblegaba en cada giro y no cedió ni un silencio hasta conseguir el llanto del hombre. Rendido, dejó caer los brazos. "Esta pieza siempre me emociona -se disculpó-.¿Sabían que Tartini soñó que el diablo la interpretaba a los pies de su cama? Al despertar comenzó a escribirla enfebrecido".

Un año después -el miércoles pasado- regresamos al restaurante. No hubo suerte. En su lugar un trío de jóvenes franceses cantaba sin convicción para un comedor atestado. ¿Dónde estaba el violinista? ¿Acaso fue un sueño aquel concierto? Quizá a su violín le pudo la nostalgia y una noche lo elevó, tocando sin cesar, más allá del último tejado del horizonte.
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