
Inmersa en este recuerdo di un giro inesperado a mi ruta por las callejuelas de Madrid. Después otro y más tarde un tercero. Me encontré de pronto en una placita donde nunca antes había estado. En una esquina, una bombilla a punto de extinguirse iluminaba una librería de viejo. Antes de darme cuenta ya estaba dentro. Era preciosa y destartalada. Madera crujiente, estanterías atestadas de legajos, paredes de ladrillo. Escondido entre dos enormes diccionarios encontré un pequeñísimo librito: La puerta en el muro de H.G. Wells. que comencé a leer allí mismo. Narra la historia de un hombre que a los cinco años de edad atraviesa una puerta verde en una calle desconocida para internarse en un jardín delicioso donde conoce la felicidad. Tras ser devuelto a la vida "real" no logra olvidar esa sensación de eternidad y busca, incansable, el camino de regreso al paraíso. Pasa la vida y, súbitamente, la puerta se presenta ante él en momentos en los que debe elegir entre cumplir con sus obligaciones en el mundo o traspasar su umbral. Pero nunca reúne fuerzas para abandonarlo todo. Hasta que... La librería cerraba sus puertas así que, tras pagar el libro, salí al frío de la calle sin conocer el final de la historia.
Buscando el camino de regreso a las vías conocidas torcí mis pasos por la más estrecha de las callejuelas. De pronto la vi. Arábiga, oscura, callada. Era la puerta. Pero no la de H.G. Wells sino la del genio del hatillo. Esa puerta no podía conducir a otro lugar que no fuera el Oriente..
Feliz travesía sin final