Os podría hablar de esa bandada de golondrinas que deslizan su vientre por las venas de agua. Dormidas al alba...

Desafiantes al atardecer...

De la densa suavidad de las aguas, sortilegio brillante entre mis dedos...

De la rebeldía azul de ese cielo veneciano ante la definiva pérdida del día...

Y de nuevo un amanecer salpicado de vida en los mercados...

La oportunidad de un lienzo en blanco...

...sobre el que desleir improvisadas acuarelas

Alma de día...

Corazón nocturno y centenario

Pero no es de este magnífico pez del que deseo hablaros...

ni de las alas de armiño que cuelgan de los escaparates venecianos

sino del secreto que encierra esta imagen:

Andaba yo por las nubes, un insecto más trepado a los balcones de la catedral de San Marcos, fotografiando las vistas aéreas de la Piazza mientras mis padres -a quienes he regalado este viaje, el primero que hacen más allá de la Península- paseaban por la ciudad. Ya de regreso a Madrid el zoom desveló el secreto de esta imagen. Entre el gentío sin nombre retratado en la plaza de San Marcos un punto diminuto, un poco esquinado y solitario: mi padre. Un hombre bueno, sin suerte, el peso de una vida dura arqueando levemente su mirada, pajarico extraviado a las puertas del Paraíso. El tesoro palpitante que el azar situó en los límites de mi objetivo convirtiendo la instantánea en algo vivo, con historia.
Observo la fotografía y un relámpago de ternura me estremece. Alma ínfima, pequeño hombre discreto que un día solo reinarás en mi memoria...siempre te buscaré entre la multitud.