Retorno de un pequeño viaje a la región francesa de Alsacia, pedazo de tierra de mudable corazón, vinos ardientes y casitas de entramado. Pero en realidad de donde regreso es de otro lugar intangible, pura neblina y luciérnagas, como es la Navidad. De niña me fascinaba este tiempo de esferas brillantes, estrellas, figuritas, pan dulce... La magia envolvía la casa y más de una noche me levanté de madrugada para observar de cerca aquel misterio luminoso del árbol y las guirnaldas.

Todo comenzaba en agosto, cuando mi abuelo me llevaba al monte a coger el musgo seco que alfombraría el belén meses más tarde. Volvía a la casa del pueblo con un saquito lleno y esa misma noche mi madre me contaba el cuento de los reyes magos, narración improvisada que crecía año tras año y que sabía a Oriente, a destello enterrado, a sorbo de enigma.

Recuerdo que un año, presa de la impaciencia, puse el belén... ¡en septiembre! Mis padres contemplaron atónitos aquella desconcertante estampa. En aquellos días no importaban regalos ni significados religiosos sino el simple tránsito fantasma de tres hombres venidos de tierras lejanísimas a lomos de camellos por el salón de mi casa. Hubo noches que hasta creí oír las pisadas de los pajes y el rebufo de los animales exhaustos.
No sé qué pasó después... Los años fueron enturbiando aquella sensación, las reuniones familiares comenzaron a pesar, algunas personas desaparecieron de nuestra mesa y la navidad se convirtió en un obsceno impulso consumista carente de todo significado. Simplemente la olvidé.

Paseando por las callejuelas empedradas de los pueblos alsacianos -una belleza congelada en el tiempo difícil de explicar- he vislumbrado aquel mundo arcano abandonado donde tan feliz fui en otros días. Traspaso la puerta templada de ese recuerdo y reconozco al instante los cristales pulverizados de las bolas de colores, el musgo polvoriento, las figuras mudas del belén, las guirnaldas deshilachadas.
En un rincón encuentro, escondido bajo los despojos, algo que brilla y me agacho con la secreta esperanza de que sea un fragmento de infancia y no un ángel o una estrella.