Para Gala, que nunca tuvo pueblo donde devanar veranos
Mis veranos siempre han sido búsqueda de tesoros, rastreo tenaz de señales en las rocas de la ribera pertrechada de una rama de avellano de la que pendía un anillo. "Los moros sembraron la sierra de la Culebra de monedas de oro -revelaba mi abuelo-. Si tienes paciencia podrás encontrarlas". Y así pasaba mi agosto en la Carballeda, aprendiz de zahorí de corazón agitado. No importaba el valor de lo hallado sino su secreto.
Pero el mayor tesoro lo escondía mi casa...
Hilando retales de conversación, supe desde niña que la vieja casa solariega de mi familia guardaba un tesoro en sus entrañas. Sentado en el poyo, bajo el cielo picado de estrellas, mi abuelo nos contaba con honda voz de cántaro que unos arrieros portugueses habían escondido hacía muchos años vasijas colmadas de joyas en algún lugar de nuestra casa, antaño posada de comerciantes.
Cada verano me proponía desvelar el misterio que todos asumían con naturalidad.
Hurgaba en la cuadra, desolado zoco al margen del tiempo. Prendido aún del aire, el relincho fantasmal de las yeguas y el arrullo de rebaños invisibles.
Batía la tierra agreste del corral, preguntaba al rosal -última huella viva del tránsito de mi abuela por el mundo-, hundía mis manos entre la hierbabuena que teñía de verde mis esperanzas.
Supe que tenía que afinar mi búsqueda y consulté a los duendes del hogar...
...y ellos me hablaron del vientre oscuro de tinajas y aguamaniles...
...de la aplicada labor de la máquina de coser de mi bisabuela portuguesa y su aguja de cigüeña. Pero nada sabía y, además, hilaba en luso...
No lo hallé en las rendijas ni en la piel quemada por el sol de puertas y techumbre...
...ni bajo las alas ardientes de las tejas.
Probé fortuna en los arcones, entre sábanas de lino, en el corazón apolillado de los viejos armarios.
Incluso una tarde, encubierta por la sonatina de chicharras de la siesta, atravesé el espejo para buscar en esa otra casa de geometría invertida.
No hubo suerte.
¿Dónde estás tesoro, luz de misterio que alumbrabas las noches de aquellos veranos? Sin mapa me encuentro ante la incógnita dorada de tu voz. Agotada, me siento al fuego y desciendo la escalera del sueño. Apartando velos de bruma llego por fin a ese otro lado en el que la voz ancestral de la casa me desvela de un bramido su secreto. Mis ojos se iluminan un instante y despierto junto a la lumbre. Saltan cómplices las pavesas y una vez más, no recuerdo nada.
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El tesoro quedó en ti y en tus recuerdos... qué preciosidad, alicia. precioso precioso y precioso. gracias por hacerme soñar devanando veranos
ResponderEliminarun beso.
Tú si que eres un tesoro.
ResponderEliminarme ha encantado leerte.
Un abrazo Alicia
Alicia: Otra vez me llevas a mi infancia, las cosas que dices me dejan sin respiración, pero tú sigue buscando porque (como tú dices)en nuestro Macondo particular en cada rincón hay un tesoro.
ResponderEliminarMe ha gustado la fotografía se ve un trocito de mi casa, sabes echo mucho de menos los negrillos de al lado de la iglesia.Que suerte que hayas conocido a tus abuelos y que te contaran tantas historias. Un beso.
Gracias por este trocito de infancia que yo nunca pude conocer...
ResponderEliminarCreo que el mayor tesoro de aquella casa se esconde ahora en la ciudad sin mar. Sólo nos queda, además de ser tesoro, aprender a ser también el mapa.
Feliz búsqueda, Alicia.
Me ha gustado mucho, me encantas cómo describes esa búsqueda infantil, esa necesidad de misterio y esa luz dorada del verano
ResponderEliminarGracias a ti, Mª Antonia por dejar siempre esporas de entusiasmo en el trigal. Un abrazo fuerte y con brújula
ResponderEliminarArena, :o) quizá el tesoro está en los ojos del que encuentra...
Sara, yo también echo de menos a los negrillos. No hay vez que mire hacia la iglesia y no los recuerde. Tantas tardes colgados como monillos de sus ramas... Aún me parece escuchar el tintineo de las hojas. A finales de mes estaré por allí, en Macondo. Besos desde la plaza
Gala, de algún modo ya hemos empezado a dibujar el mapa aunque todavía los trazos sean débiles y confusos. ¿Te unes a la búsqueda de los tesoros invisibles? Desde la ciudad sin mar todos los caminos son posibles. Hasta es posible que el tesoro nos encuentre a nosotras... Abrazos que te esperen en el sur
Ico, gracias a ti por dejar tu huella. Quizá la búsqueda se reducía a saber mirar. Habrá que intentarlo de nuevo, no crees?
Besos
Maravillosa entrada Alicia, me he identificado con muchas cosas, con los tiempos pasados en la casa familiar de mis abuelos en el pueblo, que en mi caso afirmo con tristeza que ya no existe. Allí pasé tantos momentos mágicos de la niñez compartidos con mis primos. Casa grande con ese olor tan especial que ya no encuentro, con esos nombre tan maravillosos de las estancias: el zagúan, el pajar, la cuadra, el corral, la cámara... Infundían misterios y juegos secretos. Los muebles crujían por las noches y en el desván se oían ruiditos extraños. Yo me imaginaba que era el espíritu de la bisabuela o la tatarabuela que andaba por ahí.
ResponderEliminarAbrazos,
Delicioso paseo el que nos ofreces por los veranos "aldeanos" que aún tengo presentes en la retina de mis ojos, en el olor a hierba recién cortada, a hogar en el que arde pino y eucalipto, en el jugosísimo sabor de la fruta recién cogida del árbol: cerezas, peras de San Juan, las grandes y deliciosas peras de agua que mi abuelo guardaba en el hórreo para nuestra llegada...
ResponderEliminarYo no buscaba un tesoro. No me contaron esa historia. Para mí, el tesoro estaba allí, en disfrutar del aire limpio y lleno de verde, en correr por las "corredoiras" y el campo sin peligro de coches; en robar fruta a los vecinos, nueces verdes, melocotones; en hacer un montón de amigos que hablaban una lengua que se me pegaba al segundo día de estar allí; en caerme continuamente y ensuciarme varias veces al día; en subirme encima de la hierba cortada que se apilaba en el carro tirado por bueyes o vacas; en recoger las mazorcas de maíz y desgranarlas, y hacer con sus hilos cabellos para las muñecas.
Aún hoy, cuando huelo a hierba recién cortada o a eucalipto y pino ardiendo, mi mente se traslada inmediatamente a la pequeña aldea y me convierto de nuevo en una niña de ciudad ávida de conocer todo aquello que no tiene en su medio habitual.
Gracias por tan precioso post.
Gala está encantada con tu regalo, no es para menos.
Un besote.
Alicia, ¡claro que encontraste el tesoro!: Es la casa entera, sólo hay que ver las fotos.
ResponderEliminarEl otro día pasé por tu pueblo, aunque iba con prisa y no pude parar. La Culebra está llena de monedas de oro, sí, pero no se pueden sacar: ya forman el mismo paisaje.
Un abrazo
Que bonito Ali a ver si este otoño me llevas y nos sentamos a la lumbre de tu hogar. Estoy deseándolo
ResponderEliminarBesos de osa amorosa
Siempre fuiste una pequeña exploradora.
ResponderEliminarEspero que encuentres todos los tesoros que buscas y poder ayudarte aunque no tengamos mapas que faciliten la búsqueda.
Besos.
Hay farradales que se secan, pero basta el imperativo de las lluvias y que el tiempo contraiga las nubes para que se vuelvan a nutrir. Y mientras quedan al descubierto escarbemos en la memoria y en la tierra.
ResponderEliminarEstos versos de Justo Navarro para tu entrada:
No me pregunte sobre
mi pasado, pues todavía espero
que cambie con el tiempo -dijo.
Todas tus entradas de la memoria son entrañables, Alicia.
Delikat, no sé qué tienen las casas antiguas que están pobladas, llenas de vida. Como si se hubiesen ido quedando jirones de existencias prendidos en los muebles. En la ciudad todo desaparece a ritmo vertiginoso. Cambian los objetos cotidianos, cambian las ropas, cambian hasta los nombres. Sin embargo en los pueblos hay un instinto de permanencia, como si fueran un lago en el que se remansa el tiempo. Por eso me gusta volver y volver a bañarme en aquellos días. (Pese a llevarle la contraria a Heráclito!) Un gran abrazo
ResponderEliminarMafalda, tu pequeño relato me ha transportado a recuerdos no vividos. Y tu paraíso se percibe por cada uno de los sentidos: el olor de la hierba, el tacto de la tierra, los colores... Le decía a Gala que ese contacto con la naturaleza que tuve y tengo en el pueblo de mi familia fue importantísimo para mí. Por eso el regalo, para que ella también pueda zambullirse en la hierba de los heniles.
Besos con hatillo al hombro
Xibeliuss, no te lo puedo negar, en esta entrada esperaba tu huella! Mi abuelo fue un gran fabulador y no sé cuánto había de cosecha propia en sus historias sobre los tesoros de la sierra. Muchas de las cruces de su mapa quedaron bajo las aguas del pantano de Valparaíso... Quizá la búsqueda ahora deba ser subacuática, o tal vez, como dices, el tesoro ya se ha fundido con la piel de la montaña, del valle.
Un abrazo grande
(ya me queda poquito para regresar)
Ariadna, cuando quieras vamos a buscar el tesoro silencioso de mi infancia. Como te dije, el otoño es espectacular en esta región. Y siempre habrá un hueco para ti junto a la lumbre...
Silvia, quizá no tener mapa forme parte del juego. En sueños tenemos la llave y en la vigilia ahogamos esa sabiduría. Habrá que pararse en seco y escuchar... y no dormirse nunca!
Besos en búsqueda
Ventana, y todos los versos que dejas caer sobre esta tierra siempre prenden. Yo también espero que cambie el pasado o, al menos, que tiemble antes de decidirse. Y cuando leo sobre la vida de Lorca siempre una esperanza débil late dentro de mí y aguardo un final distinto.
Un abrazo a punto de emprender el viaje.
Tenemos al ayer como a ese pendiente de seguir dándonos acomodo.
ResponderEliminarLa ciudad actual, como bien señalas, tiene un ritmo vertiginoso y fagocita todo rápidamente.
En la ciudad desaparecerá para siempre esa palabra hermosa que concitaba a una familia bajo sus faldas: brasero (del que bellamente nos muestras un ejemplar).
Abrazos.
lo mejor de todo es que aún crees en ese tesoro escondido, ¡cómo te han llenado el corazón de vida alicia!, me encantaría si alguna vez tuviera un hijo también llenarle el corazón de ilusiones y que llegara a sentir todas esas emociones que nos cuentas, yo me apunto a buscar ese tesoro contigo :)
ResponderEliminar¡Qué maravillosos los duendes que habitan en la casa que te aguarda pacientemente cada verano!
ResponderEliminarViajo por esos rincones que muestras deteniéndome en cada estancia, reflejo, penumbra, color, textura... mientras tú la recorres con alma de niña.
(con cada entrada recibo una nueva marca para alcanzar mi tesoro)
Esa luz dorada que encuelve tus recuerdos, me transporta también a mí.
ResponderEliminarLas fotos son magníficas, tienen una calidez ambarina que camina estrecha y lúcidamente con tus palabras.
Besitos
Tinta, habrá que encontrar un rincón en ese vendaval de tiempo donde los braseros no se extingan como su ardiente corazón. Mientras tanto, siempre nos queda ese país llamado infancia. Abrazos desde el desván
ResponderEliminarCovi, me encanta lo que me has escrito! No me cabe ninguna duda de que en un mundo de colores, retales e imaginación un ser pequeño sería feliz... Ese es tu mundo. Y claro que hay que seguir buscando el tesoro (yo creo en él a pies juntillas)... Estaré muy feliz de buscarlo contigo! Besines
Mónica, conoces bien esos rincones... Ahora solo te los muestro un poquito más de cerca, bañados de una luz ambarina. Ya sabes que los duendes juegan al despiste pero lo importante es no olvidar que, aunque invisibles, están de nuestro lado.
Todos mis besos
Virgi, me alegra que estas mirillas te hagan volar como yo lo hago cuando leo tus pequeños relatos... Un abrazo inmenso de ultramar
Estupendo relato. Siempre transportándonos a otro tiempo. Quizás el tesoro sea la búsqueda en sí misma y el reparar en cada rincón, en cada recuerdo: en el rosal, en la cuadra, en la máquina de coser, en los baúles, en las puertas, en las tejas, en la otra casa invertida, y en el momento preciso de descenso a los sueños.
ResponderEliminarBesos.
'el relincho fantasmal de las yeguas y el arrullo de rebaños invisibles'
ResponderEliminar'me desvela de un bramido su secreto.'
Lo que si tiene el pasado vivo (como tesosro)y el presente muerto (como desgracia) es la garganta onomatopéyica de la vida animal que pasó por los pueblos. ¿Quién escucha ahora un mugir si no es en una nave? ¿Cuánto bala un rebaño estabulado? Animales, todos soberanos, todos marcados por su olor, por las riendas de su voz y sus nombres.
Hola Ali. Quisiera saber si has tenido algún inconveniente en la publicación de tui última entrada (Rumbo al verano) porque no se visualiza en Por el color del Trigo, sólo sale como última actualización de tu blog en mi escritorio. Tenés idea q podría hacer para poder verla? Besos.
ResponderEliminarLu, totalmente deacuerdo contigo. Si un tesoro hallé fue en la propia búsqueda de las legendarias vasijas. Observar lo pequeño me cambió la mirada... Gracias por dejarme esta espiga!
ResponderEliminarTempero, no conocí animales en la casa de mi familia aunque siempre me hablaron de los que allí habitaron décadas antes de mi llegada al mundo. La yegua, las vacas, el rebaño de ovejas. Siempre invisibles para mí aun cuando aún podía encontrar jirones de lana entre los aperos de la cuadra. Su respiración caliente siempre tan presente...
Lu, esa era una entrada programada (no sabía que se podía ver)... En teoría saldrá mañana a las 08:01 a.m. hora española (ahora mismo no sé hacer el cambio a los relojes argentinos). Si mañana no sale lo haré manualmente..
ResponderEliminarBesos y gracias por interesarte!
Mágico y entrañable el poso que han dejado tesoros tan bien rescatados por una mirada que acaricia el tiempo. Belleza y calidez en tus palabras e imágenes (sobre todo la luz,en estas últimas, envolvente y misteriosa). La infancia nunca cae en el olvido. Con el paso del tiempo, es el país al que más regresamos.
ResponderEliminarUn abrazo
Los tesoros que se precian de tales, son inhallables.
ResponderEliminarLo que cuenta es el conjuro de seguir buscando.
Un beso.
Shandy, gracias por tus palabras. La infancia es un país que nunca he abandonado del todo. Aprieto fuerte entre mis manos el hilo de quién fui y no debo olvidar. Besos
ResponderEliminarCarlos, bienvenido al trigal! Sí, creo que la búsqueda es lo único que cuenta. Durante la misma son muchos los tesoros que he encontrado. Estas imágenes solo muestran alguno de esos fragmentos de color. Abrazos
Un buen día esa casa con alma nos habló y nosotras la escuchamos.
ResponderEliminarLe quitamos el polvo, la sacamos los colores, la vestimos de fiesta... y desde entonces se supo bella y habló más fuerte.
- ¿Y las monedas? Le preguntaste.
- No las busques en mi alma, búscalas en la tuya. Allí es donde se esconden desde el inicio de los tiempos, mucho antes de que hubiera moros o cristianos. Mucho antes de que nadie me poblara. Allí están, como está la luz desde que el mundo es mundo.
Un abrazo fuerte
Cris
Cris, aquella era una casa pálida hasta que la llenamos de color justo en el momento en el que más falta hacía. Hay un antes y un después de aquel momento, no solo en las paredes de mi casa sino en mi vida. Los amarillos como el trigo, los verdes albahaca, las cenefas de estrellas derramandose desde el techo... Gracias por toda aquella inspiración y libertad. Y también por prestarle tu voz y tus manos al espíritu ancestral de la casa. Seguiré buscando el tesoro esta vez en mi interior. Un abrazo grande y sin mapas
ResponderEliminarGracias a ti, siempre ;-)
ResponderEliminarFelíz día!
Cris